Consideradas durante décadas por la Constitución como
ciudadanos de segunda clase, las empleadas
domésticas de Brasil acaban de conquistar beneficios
como la jornada de ocho horas.
Una enmienda constitucional aprobada por el Congreso en la
noche del martes elimina una cláusula que trata a los empleados
domésticos como una categoría especial de
trabajadores, una muestra de cómo el boom económico de
la última década equilibró algunas de las profundas desigualdades
sociales de Brasil.
"Estamos finalmente enterrando el último resquicio de la
esclavitud", dijo el senador Antonio Carlos Valadares
a sus colegas antes de que la enmienda fuera aprobada por
unanimidad.
Brasil fue el último país del hemisferio occidental en
abolir la esclavitud en 1888 y la Constitución
escrita 100 años después reforzó la idea de una relación única
entre las familias y sus sirvientes.
Pero el boom económico de la última década comenzó a cambiar
eso, elevando los salarios de las empleadas y obligando a las
familias a ser más flexibles con sus expectativas o prescindir de la ayuda
doméstica.
Con la enmienda constitucional, las empleadas tendrán los mismos derechos que otros trabajadores brasileños: desde jornadas de ocho horas a guarderías pagadas por sus empleadores u horas extras.
La ocasión de la medida sorprendió a algunos, especialmente considerando que la economía viene desacelerándose en los últimos dos años. Los diarios brasileños han especulado con que mucha gente despedirá a sus empleadas antes de ofrecerle los beneficios extraordinarios y la nueva ley podría acabar empujando a más trabajadores al sector informal.
Tampoco está claro cómo la nueva disposición constitucional será llevada a la práctica en un país donde la informalidad y los acuerdos para burlar la ley son habituales incluso en las industrias mejor establecidas.
Pero los nuevos derechos laborales de las empleadas representan una victoria simbólica en Brasil, donde muchos apartamentos tienen entradas y ascensores de "servicio" y los apartamentos incluyen minúsculos "cuartos de empleada".
"Creo que ya es hora de que la gente reconozca este trabajo", dijo Rita Figueiredo Sousa, una empleada doméstica en Sao Paulo.
"Uno ve que las actitudes están empezando a cambiar", dijo. "Si uno hace bien su trabajo, debe ser respetada igual que cualquier otra persona".
MAYORES PROTECCIONES
Tener una empleada fue durante décadas parte de la vida de muchas familias brasileñas, pero la demanda de ese tipo de servicios aumentó con la expansión de la clase media.
Según la Organización Internacional del Trabajo (OIT), Brasil tiene más de 7 millones de empleadas domésticas, más que el doble que en todo el mundo desarrollado.
Los profundos cambios sociales en otros rincones del mundo en desarrollo
pusieron de relieve la situación de las empleadas domésticas,
desde temores de tráfico humano en India hasta una batalla legal sobre los
derechos de las empleadas extranjeras en Hong Kong.
Pero en Brasil una serie de aumentos del salario
mínimo y una mejor organización de los trabajadores
permitieron mejores condiciones salariales y de
trabajo incluso para los trabajadores informales, dijo la OIT en un reciente
informe.
La ley laboral brasileña ofrece ya a las empleadas domésticas y personas que
cuidan de niños y ancianos vacaciones pagas, licencia por maternidad y
jubilaciones.
Los salarios de las empleadas domésticas casi se duplicaron en los
últimos seis años, reforzando las crecientes presiones inflacionarias
que atormentan a las autoridades económicas.
El costo de los servicios domésticos aumentó más de un 12 por ciento en el
2012, la mayor contribución individual al índice de precios al consumo. Y las
horas extras y los nuevos beneficios podrían profundizar esa tendencia.
La discusión sobre los derechos específicos de los trabajadores en la
Constitución brasileña -34 puntos en total- también dejó al
desnudo un rígido código laboral.
Las compañías brasileñas se quejan con frecuencia sobre los elevados
impuestos laborales, fuertes multas por despido y un reducido mercado
laboral en momentos en que la productividad se estanca en la mayor economía de
América Latina.
Pero algunos sostienen que Brasil ya demoró demasiado en
ofrecer a las empleadas los mismos derechos de los que gozan otros
trabajadores.
Ahora la ley brasileña está poniéndose al día con las transformaciones
económicas que sacaron de la pobreza a una cuarta parte de la población desde la
Constitución de 1988, aprobada después de 20 años de dictadura
militar.
"En aquella época Brasil era una democracia muy joven y muchos tenían todavía
una visión feudal del mundo", dijo Alexandre de Almeida Gonçalves, un abogado
laboral en Sao Paulo. "Los sirvientes estaban ahí para hacer lo
que sea que los empleados quisieran. No tenían horarios ni derechos".
Desde entonces los salarios de los pobres brasileños subieron
pronunciadamente y las condiciones de trabajo mejoraron. Además, los
indicadores de desigualdad cayeron en la última década, algo inusual
entre las economías de rápido crecimiento
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